La oscuridad de las calles de Tegucigalpa recibía el convoy que entraba esquivando las barricadas y los restos de ruedas quemadas del anillo periférico. Finalizaba así la entrada a Honduras. Dos meses después vuelvo a tierras catrachas. El 22 de julio lo hacía para fotografiar la vuelta de Zelaya, hoy lo hago una vez él ya ha entrado.
Cansado de oir todas las semanas posibles fechas de vuelta decidí salir del país. Había venido para pasar como máximo una semana, el viaje se alargó dos meses que se convirtieron en el cuento de “Pedro y el Lobo”. El lunes, había regresado a casa hacía menos de 24 horas, nos enterábamos de la vuelta a escondidas de Mel. Primero fueron las dudas sobre la certeza de la noticia, luego el cansancio de dos meses de trabajo tratando de sacar temas en tres países distintos y el compromiso de terminar la edición de trabajos pendientes. El viaje seguía en el aire. Al final, a las once de la noche estaba comprando el billete para volar hacia San Salvador y tratar de llegar por tierra. Comenzaba el convoy. Ya éramos dos, el mexicano David de la Paz y yo.
La noche se pasó organizando todo lo posible el viaje y preparando el equipaje. Un sueño veloz y concentrado. Dos horas. Y de nuevo a encender el ordenador para estar pendiente de lo que estaba pasando en la ciudad que menos de tres semanas antes abandonaba aburrido por el tedio de una situación que se había convertido en un “día de la marmota”.
Ya en el aeropuerto se fue sumando gente. Llegábamos a El Salvador y ya eran dos los coches. Por el camino uno más se unía antes de la frontera de “El Amatillo”. Donde numerosos camiones se están concentrando a la espera de que finalice un toque de queda que se prorroga continuamente y recuerda a la situación de la frontera de “Las Manos”, entre Honduras y Nicaragua, hace dos meses, cuando Zelaya protagonizaba su segundo intento de regresar.
Pasado el sexto retén policial camino de la capital hondureña se duplicaban los coches y ya éramos seis acercándonos a Tegucigalpa. Primera parada los del Intercontinental, después el Clarion, para finalizar, los de los hoteles de la zona de Palmira, cercana a la Embajada de Brasil, donde había que esquivar los restos de la batalla campal que esta mañana se produjo entre las fuerzas de seguridad y a los que allí se concentraban.
En la radio, noticias de heridos en enfrentamientos con la policía en las diferentes colonias en las que al parecer la gente se habría organizado en pequeños grupos de resistencia. Un incipiente caos que nadie se atreve a vaticinar con seguridad como se desarrollará. Mañana, con la luz del día, se verá mejor la realidad.
Cansado de oir todas las semanas posibles fechas de vuelta decidí salir del país. Había venido para pasar como máximo una semana, el viaje se alargó dos meses que se convirtieron en el cuento de “Pedro y el Lobo”. El lunes, había regresado a casa hacía menos de 24 horas, nos enterábamos de la vuelta a escondidas de Mel. Primero fueron las dudas sobre la certeza de la noticia, luego el cansancio de dos meses de trabajo tratando de sacar temas en tres países distintos y el compromiso de terminar la edición de trabajos pendientes. El viaje seguía en el aire. Al final, a las once de la noche estaba comprando el billete para volar hacia San Salvador y tratar de llegar por tierra. Comenzaba el convoy. Ya éramos dos, el mexicano David de la Paz y yo.
La noche se pasó organizando todo lo posible el viaje y preparando el equipaje. Un sueño veloz y concentrado. Dos horas. Y de nuevo a encender el ordenador para estar pendiente de lo que estaba pasando en la ciudad que menos de tres semanas antes abandonaba aburrido por el tedio de una situación que se había convertido en un “día de la marmota”.
Ya en el aeropuerto se fue sumando gente. Llegábamos a El Salvador y ya eran dos los coches. Por el camino uno más se unía antes de la frontera de “El Amatillo”. Donde numerosos camiones se están concentrando a la espera de que finalice un toque de queda que se prorroga continuamente y recuerda a la situación de la frontera de “Las Manos”, entre Honduras y Nicaragua, hace dos meses, cuando Zelaya protagonizaba su segundo intento de regresar.
Pasado el sexto retén policial camino de la capital hondureña se duplicaban los coches y ya éramos seis acercándonos a Tegucigalpa. Primera parada los del Intercontinental, después el Clarion, para finalizar, los de los hoteles de la zona de Palmira, cercana a la Embajada de Brasil, donde había que esquivar los restos de la batalla campal que esta mañana se produjo entre las fuerzas de seguridad y a los que allí se concentraban.
En la radio, noticias de heridos en enfrentamientos con la policía en las diferentes colonias en las que al parecer la gente se habría organizado en pequeños grupos de resistencia. Un incipiente caos que nadie se atreve a vaticinar con seguridad como se desarrollará. Mañana, con la luz del día, se verá mejor la realidad.