jueves, 28 de enero de 2010

Con lo puesto rumbo a Haiti . y final... y la vuelta a México...

Y al despertar la luz que invade sin pedir permiso la habitación sin conseguir que los neoyorquinos sueños lorquianos se desvanezcan, porque no han venido, pero yo los había citado, aunque igual se quedaron ahí, en un rincón de la inconsciencia...

Y dos vuelos por delante, por comprar el billete deprisa y corriendo y no fijarme. Y las calles de Manhattan bajo mis pies royendo las suelas de mis zapatos cuando un gordo vende salchichas, y en la esquina un inmigrante centroamericano luce las siglas NYC por toda su ropa mientras observa la construcción de un edificio. Y un taxista, que no deja de preguntar si soy del Madrid o del Barsa sin ser capaz de entender que no tengo humor para inventarme algo sobre lo que no sé. Y los guapos más guapos con las guapas más guapas. Y un negro que mira el culo de dos blancas. Y una blanca que piensa en lo de dos negros. Y yo, que lejos de tener pensamiendos libidinosos, observo las caras de la gente.

Y un libro de Kerouac en un puesto callejero que me recuerda que tengo pendiente terminar la lectura de "On the Road", y que mi tio Javi me va a matar cuando se entere.

Y un par de pantallas obscenamente gigantes pidiendo dinero para Haití. Y el recuerdo. Y el dolor. Y la pobreza. Y el hambre. Y la desolación. Y el carácter que poco a poco se contagia de los males anímicos y anónimos. Y una lágrima que no sale, retenida, que te acerca al sentimiento ajeno y que no se quiere ir, no quiere correr por miedo a que ese sentimiento sea olvidado.

Y la debilidad humana. Y el miedo. Y el compañerismo con la valentía que te brinda. Y un abrazo. Y una sonrisa. Y las mutuas palabras de ánimo. Y uno que aparece con la mirada perdida y desaliñado, y sus posesiones en una bolsa de plástico. Y le dices "pareces un indigente de la Plaza de Colón", mientras piensas que la cobertura le ha pillado verde. Como a tí, como a todos. Como a aquel, que con años de experiencia en esos fregados, derramaba unas lágrimas sobre el visor de su cámara al llegar a Puerto Príncipe.

Y el ahogo del desahogo con su indiferencia delante.

Y un mensajero en bici que adelanta a un taxi amarillo. Y la mochila que pesa, de todo lo que me llevo y lo poco que me he dejado atrás. Y ese libro imaginario de lecciones. Y las causas perdidas, extraviadas en el desinterés de la gente.

Y un "café Latte, please" que hoy no me apetece hacer fotos.

Y la locura del último momento. Y los viajes improvisados. Y una decepcionante alegría... Y la vida. ¡Viva la Vida!... muera la muerte, y que lo muerto quede así, y que no resucite al tercer día.

Y el momento, decisivo o no, porque sólo el momento es la certeza de estar vivo.

Y la leyenda del chiste de Forges "Pero no te olvides de Haití"

4 comentarios:

Unknown dijo...

Andrés,

Creo que esta es de las cosas más bonitas, profundas y emocionantes que he leído de tí.
Sólo eso, emoción.
Sigue cuidándote.
N

Julia Prieto dijo...

Y...y todo.
Y toda mi admiración por cómo ves, por cómo piensan, por cómo escribes, por cómo retratas.
Y toda mi suerte, por tenerte.

Beatriz dijo...

Gracias por las crónicas.

Marga dijo...

Intuyo que habrá un antes y un después tras Haití, pero siempre una persona comprometida que no pasa indiferente ante la vida y el mundo y que además sabe "mover" a los démás. Gracias por tu valentía. Un beso. Sabes que te esperamos.